“Hemos abandonado nuestras normativas más antiguas (basadas en la convivencia histórica) para sujetarlas a normativas nacionales, no pertinentes localmente, lo que las obliga irreflexivamente a mediciones exactas y sancionables (milímetros asociados a consumo)”. Por Ricardo Álvarez.
Nos hemos acostumbrado a que otros tengan la responsabilidad. Si vemos a alguien en situación de calle decimos –“para él, o ella, está el Hogar de Cristo”-. Cuando vemos a un niño o niña en silla de ruedas pensamos “-para ellos está la Teletón”-. Y cuando el suministro de agua no es suficiente clamamos –“el Municipio debe hacerse responsable”-.
Pero, ¿cuántos de nosotros asistimos a las reuniones de los Consejos Municipales? ¿Cuántos participamos de una organización social?… De acuerdo a la encuesta CASEN 2013, el 79% de los habitantes urbanos NO participa de ningún tipo de organización. En el entorno rural, un 65%. ¿Es que entonces esperamos siempre que otros decidan? Ante este problema surgen muchas respuestas, como un probable -“no sirve de nada participar”-.
Dada la profunda vocación descentralizadora de la Fundación, podemos afirmar, por experiencia, que las discusiones y soluciones locales sobre problemas nacionales tienen un valor que como país, no hemos logrado apreciar.
Por ejemplo, la Ley Lafkenche surgió de las bases y logró instalar una normativa nacional que reconoce derechos humanos para el uso común del borde costero. Pero la menospreciamos y, peor aún, le tememos, porque es participativa y no busca exclusivamente el uso económico del entorno. ¿Y si hiciésemos lo mismo con el agua?.
Pongo como pregunta la participación en las sesiones de Consejos Municipales pues, entre todas las instancias de participación, son probablemente las menos requeridas para comprender un problema tan grave como el déficit de agua a nivel nacional. Son un ámbito desconocido también para muchos, y en la mayoría de los casos los percibimos y evaluamos como un “papeleo muerto” que no es considerado ni por la comunidad local, ni por la ciencia, ni por las políticas públicas. Pero sólo bastan unos minutos de lectura de cualquier sesión municipal para darse cuenta del enorme valor que guardan discursivamente. Por ejemplo la sesión del 8 de abril de 2014 de la I. Municipalidad de Las Guaitecas (en la región de Aysén), disponible en la web, que discute sobre el uso del agua. En ella queda manifiesta la controversia de diferentes experiencias, sentimientos y orientaciones respecto al uso del agua para una localidad pequeña, rodeada paradójicamente de mucha agua, pero que carece de ella para las exigencias actuales de vida.
Una lectura simple de esta reunión observará sólo obstáculos e impedimentos para solucionar el problema. Pero una lectura basada en la reflexión colectiva logrará descubrir que el problema puede ser resuelto al visibilizar –colectivamente- nudos que yacen en rigideces basadas en la individualidad y en la externalización de responsabilidades. Hay barreras que tienen que ver con el costo de algunas soluciones (algunas pueden ser delegadas al Estado, otras a la gestión local), y otras exclusivamente a las responsabilidades basadas en la convivencia colectiva de un espacio común.
A veces se trata de la forma en la que modos de ser antiguos se enfrentan a la modernidad: antiguamente en el mundo rural, el agua que escurría constantemente significaba salud (al contrario de un agua quieta). Muchos isleños aun aplican esta forma de pensar dejando correr el agua… esta vez en sus llaves dentro de la casa, lo que claramente afecta el abastecimiento. Por otro lado, las lavadoras han logrado aliviar una situación de estrés para muchísimas familias en contextos de constante lluvia y humedad. Pero las lavadoras no consideran adaptarse a islas rocosas con muy escasa capacidad de retención de agua. Esto implica que la gestión del agua en dichas localidades requiere considerar estos aspectos.
Finalmente, hemos abandonado nuestras normativas más antiguas (basadas en la convivencia histórica) para sujetarlas a normativas nacionales, no pertinentes localmente, lo que las obliga irreflexivamente a mediciones exactas y sancionables (milímetros asociados a consumo). Esta situación nos lleva a ser simplemente competidores y conflictuantes en un contexto local, cuando en su lugar deberíamos ser vecinos generosos y comprensivos respecto a un bien común que debe ser racionado de acuerdo a nuestros vínculos sociales y contextos territoriales.